La Edad del Hierro en Navarra
Historiografía
El estudio de la etapa prerromana en esta región se ha fundamentado desde antiguo en las informaciones que ha proporcionado la Arqueología, dado el carácter ágrafo de las comunidades humanas que la protagonizaron; las primeras referencias históricas que se tienen son indirectas, tardías, escuetas y confusas, derivadas del contexto de la conquista romana del valle del Ebro. Además, la aparición de la escritura en nuestro territorio es bastante “moderna”, pues se fecha en los siglos II y I a. C., momento del que conocemos los nombres de las ciudades indígenas u oppida que jerarquizaban el poblamiento cuando, como entidades políticas de rango estatal (por tanto, sedes de las estructuras de gobierno de un territorio jalonado de pequeñas aldeas), comenzaron a acuñar monedas con sus nombres y emblemas, en un primer momento con el fin de pagar tributo a Roma.
Los datos más antiguos sobre la investigación arqueológica centrados en este período se remontan al año 1870 cuando Juan Iturralde y Suit, desde la Comisión de Monumentos de Navarra, excavó varias sepulturas y cuevas en Etxauri donde poco antes se habían encontrando las numerosas armas y herramientas de hierro que fueron estudiadas en el año 1921 por Pere Bosch Gimpera. Desde esas fechas y hasta la actualidad son numerosos los trabajos de prospección y excavación arqueológicas que se han desarrollado en las Zonas Media y Ribera de la Comunidad Foral, puntualmente recogidos en el apartado bibliográfico.
El libro titulado DE ALDEAS A CIUDADES. El poblamiento durante el primer milenio a. C. en Navarra (haga click aquí para descargarlo), publicado por el Gobierno de Navarra, el autor Javier Armendáriz Martija resume su tesis doctoral (2004), basada en la investigación arqueológica por él realizada en la Comunidad Foral durante los últimos quince años. Se trata de una exhaustiva revisión arqueológica mediante prospecciones y excavaciones del territorio que, desde la Edad Media, denominamos Navarra. El trabajo de investigación realizado reconoce un total de 261 yacimientos arqueológicos –castros y poblados de la Edad del Hierro– la mayor parte de ellos inéditos, analizados uno a uno mediante una ficha catalográfica que acompaña al libro editada en formato digital (un Cd-rom que contiene 1275 páginas de texto a ilustraciones).
El título de esta publicación conceptualiza su contenido: un estudio histórico de larga duración de la evolución del poblamiento y los procesos de cambio existentes en este amplio territorio durante el marco temporal propuesto. El análisis de los precedentes remonta la reconstrucción histórica al Neolítico y Edad del Bronce (V-II milenios a. C.), pero centra su atención en las novedades sociopolíticas llegadas al valle del Ebro a partir del año 1000 a. C. desde el ámbito celta centroeuropeo. Los aportes sociales y culturales recibidos suponen la adopción de un nuevo modelo de hábitat y poblamiento (en aldeas fortificadas de caserío agrupado, perfectamente urbanizadas y con casas pareadas de planta rectangular) que denotan una sociedad aparentemente equilibrada, un notable desarrollo económico (con una destacada agricultura cerealera) y la adopción de nuevos rituales funerarios (la cremación del cadáver). La trasposición de este innovador modelo social en la geografía navarra se traduce con la aparición a partir del siglo VIII a. C. de numerosos castros y poblados de ribera (éstos últimos también fortificados, como Las Eretas), así como sus cementerios, no sólo en la Ribera y la Zona Media, pues también se conocen hábitats de estas características en los valles pirenaicos.
A mediados del primer milenio a. C. el mundo orientalizante se hizo presente en el territorio peninsular abierto al Mediterráneo, dando como resultado el surgimiento de la Cultura Ibérica; algo más tarde la Celtibérica en el Sistema Ibérico y, subsidiariamente, por toda la ribera del Ebro de Navarra. Como consecuencia de estos hechos los patrones sociales y del poblamiento se modificaron, pues durante los siglos V y III a. C. surgieron en Navarra las primeras ciudades-estado, regidas por élites aristocráticas guerreras, como las que se enterraron en la necrópolis de Castejón, que desde el punto de vista político jararquizaron comarcalmente el territorio sobre otras aldeas de menor entidad.
La romanización del valle del Ebro a comienzos del siglo II a. C. supuso inicialmente algunos cambios de emplazamiento de los asentamientos situados en las proximidades de este río, a la vez que con la acuñación de su propia moneda indígena estas ciudades-estado realzaron su identidad por medio de su nombre (Arsaos, Arsakos, Barscunes, Kaiskata, Olcairum, Tirzoz, Uaracos, etc.) y los símbolos que les acompañan, en un territorio –el navarro– multilingüe (celtibérico, protovasco, ibérico y latín) donde las primeras fuentes escritas sitúan las etnias vascona, celtíbera, berona y várdula. Pero fue a raíz de las guerras civiles de Roma en el siglo I a. C. cuando en verdad el modelo de poblamiento indígena a mediados de esa centuria se transformó definitivamente en el mapa político que ya conocemos para la época imperial romana.